jueves, 6 de noviembre de 2008

TRAS LA MUERTE DE MOURIÑO. REDEFINAMOS LOS TÉRMINOS

La muerte del Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño y trece personas más, incluidos otros funcionarios de alto nivel, como José Luis Santiago Vasconcélos, uno de los principales estrategas de la lucha contra el narcotráfico en México, han abierto un importantísimo debate acerca de las causas del accidente aéreo ocurrido el pasado 4 de noviembre en una de las avenidas más importantes de la Ciudad de México.

Las especulaciones no se han hecho esperar y los especialistas en seguridad hablan incluso de fallas en los protocolos de seguridad, sin embargo aquí, el punto neurálgico de la tragedia, que además ha dejado más de 40 herido civiles, es no sólo descifrar el contenido de las cajas negras. La sociedad mexicana espera más que los resultados de una investigación de expertos norteamericanos. Es hora de que el gobierno mexicano asuma que la lucha contra el narcotráfico probablemente se le está yendo de las manos y que el resultado no es únicamente el incremento de la violencia y la matanza de funcionarios. Es hora de que las autoridades redefinan los términos de los actos vandálicos.

México se ha caracterizado por ser un país sin terrorismo. Hablar de ello hace una década habría sido una imprudencia y un total desacierto, sin embargo, la transición y las estrategias de seguridad de los gobiernos panistas, han traído resultados fatídicos que, sin duda, han derivado en actos que van más allá de ajustes de cuentas. Los “encajuelamientos”, tiros de gracias y diferentes sellos de los cárteles de la droga, han pasado a segundo término y hoy lo que preocupa a la sociedad mexicana es, en gran medida, la ira que el crimen organizado ha desarrollado y así sus actos violentos que hoy atentan contra la ciudadanía en general. Los criminales ya no van por el jefe policiaco, ni por el periodista o militar, hoy van por la gente común y corriente. Las recientes tragedias, tan sólo en los últimos dos años, llámese, Sinalo, Estado de México, Michoacán, etc., nos confirman la presencia de actos violentos que deben ser redefinidos. No podemos llamar terrorismo a algo que no lo es, pero sí debemos llamarlo a lo que sí lo es. El narcotráfico está poniendo en jaque al Estado, la guerra interna está afectando a la vida de los mexicanos, sin importar a qué se dediquen, esto nos habla de una grave amenaza a la seguridad nacional.

México se está convirtiendo poco a poco en un terreno minado. Es por ello, que el gobierno debe, sin miramientos, en primera; reconocer la existencia de posibles actos terroristas. Suena fuerte, sí que suena fuerte, pero la realidad es que el crimen organizado utiliza cada vez estrategias más complejas, cuentan con mayor infraestructura y mayor grado de violencia, características que si se usan para afectar no sólo a sus objetivos políticos o adversarios en el negocio de las drogas, sino a ciudadanos inocentes y gente común y corriente, deben ser considerados como actos terroristas. No nos engañemos, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. La resistencia a hacerlo es negar una realidad que se nos estampa en la cara y esa absurda resistencia es un obstáculo para actuar en la medida de las circunstancias por las que atraviesa el país. El miedo a lo que pasa en Estados Unidos o España, nubla la vista de las autoridades mexicanas, no quieren un ETA ni a un Bin Laden mexicano, sin embargo, deberían analizar la situación actual y probablemente, de una vez por todas, se den cuenta de que las mentes que operan en nuestro país pueden ser igual o incluso más perversas.